Ese día, con más angustia que nunca, veíamos le entrar tambaleante como siempre, oloroso a reverbero, los ojos aguados, la nariz de tomate y un paltó dril verdegay.
Nuestros hijos son nuestros maestros, están aquí para enseñar nos que debemos rectificar en nosotros, y nos brindan siempre una oportunidad de emendar.